FERNANDO MAESTRE

lunes, julio 31, 2006

LA MADRE DE LA ANOREXIA


Hoy encontramos información sobre la anorexia en radio, en películas, en televisión y hasta propaganda en Internet que incluye consejos para ser una buena anoréxica. Esta enfermedad, algunos años atrás, era un mal vergonzante; quien lo tenía, lo ocultaba.

Llamar a una chica: "Hey, tú, anoréxica" era un terrible insulto. Sin embargo, este desorden de la alimentación, con el tiempo, fue adquiriendo estatus social y, luego de conocerse que muchas famosas del cine y casi todas las divas de las pasarelas también repudiaban la comida, ahora, quien padece este mal luce sus filudos huesitos con orgullo.

Pero también encontramos la preocupación de los padres de estas jóvenes, quienes se desesperan al ver que sus hijas pierden peso, se niegan a comer lo que ellos les preparan con amor. Ahora, en vez de su querida hija, ven que se sienta en la sala una chica desconocida de figura esquelética cada vez más pronunciada, al punto de llevarlos a pensar en un internamiento hospitalario para terminar con esta pesadilla.

La pregunta que todo padre hace al entrar al consultorio es: "¿Por qué mi hija esta así? ¿Es una moda? ¿Es la influencia de la amiga? ¿Por qué cree tercamente que está gorda cuando es casi un palito?". Ellos creen que el mal proviene de la mala influencia externa, sin sospechar que el fantasma de la anorexia está escondido en la casa y tiene mucho que ver con la historia de la madre y con la familia que ha constituido.

La mayoría de las jóvenes que tienen este mal considera que sus madres han sido sumamente infelices en la vida. Las han visto sufrir, han sentido su infelicidad, las han visto llorar de pena por el maltrato que su propio padre les propinó durante la infancia de la anoréxica. El sufrir de su propia madre las lleva a la conclusión de que ser mujer es lo peor que alguien puede tener.

A partir de esta conclusión, la joven hará todo lo posible por diferenciarse de ella. Esto no significa que no la ame; solo quiere decir, con sus actos inconscientes, que no quiere sufrir como ella, que no quiere parecerse a ella, para lo cual pone en práctica una serie de rituales con la alimentación. Así, eliminando sus formas femeninas, perdiendo sus pechos, perdiendo su regla, perdiendo la tersura y suavidad de su piel, la joven inicia una metamorfosis para jamás ser igual a aquella mujer (su madre) que no para de sufrir.

Es por eso que se recomienda a los padres que tengan en cuenta las consecuencias que traen a los hijos el sufrimiento de las esposas y madres respectivamente. Cualquier hecho de dolor entre la pareja habrá de repercutir necesariamente en sus hijas, sobre todo si estas son adolescentes, edad donde la figura y la identidad femenina terminan de forjarse.


 
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